El diccionario de la real academia de la lengua española define vergüenza como “turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena”.
La palabra “vergüenza”, proviene del latín verecundĭa, es la turbación del ánimo que se produce por un complejo, una falta cometida o por alguna acción humillante y deshonrosa, ya sea propia o ajena. El adjetivo verbal verecundo, se deriva del verbo vereri que literalmente significa “temer, no atreverse a hacer algo” por reverencia o respeto.
John Bradshaw, educador y terapeuta, llama a la vergüenza «la emoción que nos hace saber que somos finitos».
Es la emoción que nos saca de una especie de narcisismo infantil, donde todo lo que veo soy yo mismo, e implica asumir que el otro existe y tiene una representación mental de mi yo. “Necesito que esa representación sea adecuada». La vergüenza nos habla de los límites humanos moralmente aceptables.
Podríamos hablar de una vergüenza útil para funcionar en las relaciones, porque ser “descarado sinvergüenza” es desadaptativo, pero llevada al extremo nos impide desenvolvernos con naturalidad en situaciones de interacción social.
Pero no es ese tipo de vergüenza la que nos preocupa, sino esa que la persona experimenta cuando, anticipa la crítica, el juicio negativo o la no aceptación por parte del otro. Sentir que no somos dignos ante la mirada de los demás es lo que caracteriza ese momento vergonzoso que hace reaccionar al cuerpo con el llamado “rubor”, resultado de la vasocompresión (encogimiento) de los capilares (pequeñas arterias) sanguíneos que irrigan las zonas de la cara, especialmente de las mejillas y las orejas. El cuerpo interpreta que está frente a un peligro y con esa reacción, consigue que la sangre circule a mayor velocidad y lleguen cargas extra de nutrientes y oxígeno a las células del cuerpo con la intención de que pueda iniciar con todas las garantías una acción de emergencia. Pero esa “buena intención” biológica se vuelve en nuestra contra, porque rojos de vergüenza, en lugar de ayudarnos a conseguir esa solución de “¡trágame tierra!”, nos ilumina como una bombilla: “no sólo no consigo esconderme, sino que además ves que estoy avergonzado”.
La vergüenza deriva en timidez, baja autoestima, evitación social, depresión, aislamiento y en montañas de límites para realizarnos plenamente.
¿Qué pasaría si de aquello que nos avergonzamos se convirtiera en un motivo de orgullo? Proponemos un ejercicio de 10 pasos para comenzar a lograrlo:
-Busca un lugar tranquilo y cómodo. Elige un momento en el que puedas estar en soledad contigo mism@ y tómate el tiempo que necesites para realizar el ejercicio.
-Atiende a tu respiración por unos instantes, baja los hombros, afloja la musculatura de tus brazos y manos, de tu rostro, de tu cuello, de tu tronco y de tus piernas y pies.
-Trae a tu mente una situación de tu vida actual de la cual te avergüences. Observa una escena representativa de la situación elegida, siente como resuena esa sensación de vergüenza en tu cuerpo.
-Localiza “el ojo crítico” (persona, sociedad, grupo…) que temes que te juzgue en la situación presente.
-Busca entre tus archivos de memoria una situación del pasado, probablemente de tu infancia, en la que sentiste en tu cuerpo una sensación similar. Quizás el contexto sea diferente, pero la emoción que se despierta está asociada. Localiza el “ojo crítico” (probablemente alguna figura de autoridad implicada en tu crianza) que temías que te juzgara en aquella situación del pasado.
-Recrea una escena de visualización creativa: Visualiza a todos los “jueces” del pasado y del presente sentados en los sillones de un teatro. Tu yo niñ@, junto tu yo adult@, se suben al escenario y les hablan con calma de sus necesidades, de tu naturaleza genuina.
-Continúa la escena despidiendo a esos jueces. La parte adulta acoge a su parte niñ@ y les expresa a los jueces que ya no los necesita para saber lo que está bien o mal. Ellos van saliendo del teatro.
-Visualiza las gradas vacías, o quizás con algún personaje bondadoso sentado en uno de sus sillones. Quizás una imagen de ti mism@ realizad@ y consciente.
-Visualízate a ti y a tu niñ@ interior escenificando teatralmente cada cosa de la que antes os avergonzabais.
-Celebrar con orgullo ser quien sois en cada etapa de vuestra vida, saliendo del teatro y divirtiéndonos junt@s de la forma que os apetezca. Impregnate de esa emoción. Llévala a tu corazón y sal del ejercicio abriendo los ojos y estirándote poco a poco antes de levantarte y seguir con tu día.
Repite el ejercicio con diferentes escenas disparadoras de sensaciones de «vergüenza» y deja con confianza que en tu interior se vayan produciendo los cambios y que se reflejen en la biología y la conducta de esa emoción.
Recuerda que esa vergüenza que ya no necesitas, la mayoría de la veces estuvo protegiendo un gran tesoro digno de orgullo: tu espontaneidad más autentica.
Carmen Guerrero